miércoles, 24 de marzo de 2010

Historia: Capítulo I-3

«El pequeño pueblecito se encontraba en el Departamento de La Libertad, famoso por sus baños termales El Edén, paraíso de turistas, pero lejos de ser centro de atención para miles de extranjeros. Aunque la región no se consideraba pobre dentro de todo Perú era de las más diversificadas. Limitaba al oeste con el Océano Pacífico, playas nada envidiables a las caribeñas más famosas; centro, norte y este, comenzaba la selva amazónica, eso sí que era un paraíso pero también el foco de los problemas; y en el sur, Ancash, donde los Andes se levantaban majestuosos ante todas las miradas. La ONG colaboraba con ese pueblecito perdido situado a 30 Km. de la costa y a escasos kilómetros de la selva pero lejano a la capital del Departamento, Trujillo.


Carlos pensaba en la situación del poblado antes de entrar a hablar con Manolo, odiaba tener que ser él quien diese la alarma y más porque se sentía realmente acojonado.

- Hola –saludó tras haber recibido contestación de su llamada a la puerta.

- Hola Carlos, ¿qué tal van las cosas? –dijo efusivamente.

Manolo era un hombre muy optimista, tenía unos cuarenta años, más bien alto y algo atlético. Su abundante cabello, negro y canoso y las arrugas producidas por el sol alrededor de sus ojos le hacían parecer un hombre mayor de lo que era. Había sido profesor de esquí en el Pirineo Oscense durante muchos años. Un verano se fue a Argentina a esquiar, conoció a una cooperante y ya no volvió. Se casaron en el pueblo natal de ella al sur de la Patagonia argentina, lindando casi con la Tierra de Fuego y con unas vistas espectaculares de los inmensos icebergs.


Costaba creer que tras la muerte de Eva, llamada así o en honor de Eva Perón o de la primera mujer de la historia cristiana, Manolo no dejó de perder ni su eterna sonrisa ni su esperanza en un futuro mejor. ¿La perdería ahora? Carlos pensaba rápidamente cómo dar la noticia.

- ¿Qué sucede, Carlos? Tienes mala cara.

Desenroscó los papeles que había impreso y se los enseñó. La expresión de Manolo varió de la agradable sonrisa a una gran preocupación. Se levantó, cogió el micrófono, lo enchufó y habló pausadamente ante los atónitos vecinos que lo escuchaban por la megafonía.

Buenas tardes, se ruega a todos los adultos mayores de 18 años que acudan lo antes posible al pabellón. Necesitamos convocar una reunión de urgencia. Os veo a todos allí.

Al igual que todos los demás, Sonia también lo escuchó pero eso significaba que ella no podía ir. La ONG y los responsables del pueblo estaban muy bien organizados. Todos conocían que ante emergencias ella con la colaboración de dos madres y algunas jóvenes más se hacían cargo de todos los niños, mientras el resto decidía qué se debía hacer. Cosa que no tardó en suceder. Las mujeres que le ayudaban acudieron enseguida a las instalaciones del colegio y los hombres y el resto de mujeres se dirigieron a paso firme hacia el gran pabellón multiusos.»


Continuará...



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