El verano en España estaba llegando a su fin y el tiempo de las lluvias tropicales comenzaba a mostrarse en Perú. Habían pasado dos meses desde la reunión general. La tensión en el poblado había ido creciendo poco a poco al igual que la pegajosa humedad del ambiente. Los niños y mujeres iban llegando al poblado día tras otro. Los heridos llenaban el hospital y el pabellón. Todo eran abrumados murmullos y silencios nerviosos, nadie hablaba más de la cuenta. Sonia tenía cada vez más niños en la escuela a los que enseñar y animar. Niños de todas las edades, desde los que no se enteraban de nada y miraba todo con grandes ojos, hasta los que su preocupación llegaba a sobrepasar la de la propia Sonia. Varias madres y adolescentes le ayudaban con la escuela y los juegos que preparaban. Habían decidido dividirlos en cuatro grupos: de bebés a tres años, de cuatro a ocho, de nueve a doce y el resto los adolescentes. Madres y jóvenes se encargaban de los dos primeros y de los otros dos, Sonia y su amiga Asiri, una joven madre de 21 años con la que se había compenetrado desde un primer momento. Sus grupos eran más reducidos ya que a partir de 13 años se quedaban en sus poblados para luchar y ayudar en lo que fuera necesario. Asiri los llamaba los pequeños adultos porque ella había sido una de ellos hacía ya mucho tiempo. Sonia pensaba que eran niños pero no podía hacer nada solo atender para que los que llegaran se sintieran bien.
Asiri, como su propio nombre quechua decía, siempre estaba sonriente, era muy buena con los juegos y los niños la adoraban al igual que a Sonia. Pero se les estaban empezando a acabar las ideas. Habían creado entre ellas una buena rutina de actividades culturales y juegos para evitar todo tema de conversación, pero la preocupación y la tensión palpable del ambiente les angustiaba cada día más.
Ese día, Sonia veía a Asiri más preocupada que de costumbre, pero no había tenido ocasión de hablar con ella. Por primera vez, la había visto dejar de sonreír y eso no le gustaba. No tenían tiempo para ellas, ni para nadie que no fuesen los niños. Realmente pensó llevaba sin ver a los de la ONG más de tres semanas y casi los dos meses que no se había podido escapar a su remanso de paz especial de la playa.
- ¿En qué piensas? –Sonó una voz detrás, que le hizo pegar un grito agudo a Sonia.- Siento haberte asustado. He dejado a los niños con una lectura que no me necesitan ahora mismo, tengo que hablar contigo empiezo a estar asustada.
- Asiri, de hecho estaba pensando en tu cara ¿qué sucede?
- He tenido que ir a por un medicamento para Nela al hospital y estaban reunidos los sabios –hizo una pausa mientras encontraba valor y acercándose más le susurró- he estado escuchando parte de la conversación, Sonia,… los mercenarios están cerca, los sabios decían que se dirigen aquí porque no están de acuerdo con que curemos a los heridos.
Sonia le miró espantada. No supo qué decirle, pero Asiri tampoco le quedaban más palabras. Por un lado debían ocultar su terror a los niños pero por otro tendrían que prepararlos para una posible evacuación, huida, batalla,… o lo que pudiera suceder.
La sirena de una reunión urgente sonó. El poblado cobró vida de golpe. Una masa de gente sobresaltada se encaminaba hacia el pabellón. Sonia, Asiri y el resto juntaron a todos los niños y para evitar cualquier conversación decidieron darles libros y pinturas a todos para que sus pequeñas cabecitas se centraran en otras historias que nada tuviesen que ver con ellos. Mientras, ellas sentadas delante temblaban sin articular palabra.
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