- Ya han empezado las revueltas. –dijo el Sr. Rodríguez entrando en el despacho de su jefe.
- No te preocupes, ya sabíamos lo que iba a suceder. Ahora hay que confiar en que el Gobierno peruano haga bien su trabajo.
- Pero ya han empezado las muertes y parece que se están agrupando los indígenas.
- Bah! Tonterías. ¿Qué van a hacer unos simples indígenas contra el ejército peruano?
- No está preocupado señor de la opinión pública y de que se enteren de nuestros planes. –dijo temiendo enfurecerlo.
- Para eso te pago Andrés, para que no se entere nadie y no se filtre nada. ¿De acuerdo?
- Sí señor –dijo temblando y saliendo del despacho.
Andrés comenzaba a tener conciencia, acababan de empezar las protestas y ya se estaba librando una batalla. El gobierno peruano no hacía caso de sus sugerencias de contentar a los indígenas. El presidente directamente mandó a la policía y al ejército a sofocar cualquier manifestación fuese pacífica o no. Y su jefe un auténtico cabrón indomable, lo único que quería era el petróleo existente en el Amazonas y la explotación de los futuros negocios que surgieran a lo largo de las vías de comunicación que se iban a crear. Ya tenía firmados varios contratos con los gobiernos de Brasil, Ecuador, Colombia y Perú. Se había hecho multimillonario gracias al petróleo y al tráfico de drogas, no tenía ningún escrúpulo.
Pero todo esto daba igual al resto del mundo, ya que hacia la opinión pública era un benefactor llevando electricidad, comunicaciones, etc… a todo Perú. Así creaba sus vías ocultas de tráfico de drogas, de armas, prostitutas... Era temido y el peso que tenía en los gobiernos era importante. Todo el mundo sabía que era él quien movía los hilos de Perú. Por eso se había firmado el Tratado de Comunicaciones del Amazonas. Y para callar la opinión de la gente el verdadero presidente utilizaba la fuerza que no tenía para decir que no a Don. Montalbán. Se decía que era familiar de la mafia Calabresa, pero nadie lo había podido demostrar. Sus guardaespaldas eran en realidad su séquito de matones.
Él sólo era un simple secretario que por puro azar de la vida había entrado a su servicio cuando “compró” la empresa eléctrica peruana en la que trabajaba. Lo necesitaba porque era muy bueno en números y hasta ese momento siempre se había hecho el ciego ante los negocios. Había sido un egoísta durante esos cinco años que llevaba trabajando para él pero ahora tenía miedo.
- No te preocupes, ya sabíamos lo que iba a suceder. Ahora hay que confiar en que el Gobierno peruano haga bien su trabajo.
- Pero ya han empezado las muertes y parece que se están agrupando los indígenas.
- Bah! Tonterías. ¿Qué van a hacer unos simples indígenas contra el ejército peruano?
- No está preocupado señor de la opinión pública y de que se enteren de nuestros planes. –dijo temiendo enfurecerlo.
- Para eso te pago Andrés, para que no se entere nadie y no se filtre nada. ¿De acuerdo?
- Sí señor –dijo temblando y saliendo del despacho.
Andrés comenzaba a tener conciencia, acababan de empezar las protestas y ya se estaba librando una batalla. El gobierno peruano no hacía caso de sus sugerencias de contentar a los indígenas. El presidente directamente mandó a la policía y al ejército a sofocar cualquier manifestación fuese pacífica o no. Y su jefe un auténtico cabrón indomable, lo único que quería era el petróleo existente en el Amazonas y la explotación de los futuros negocios que surgieran a lo largo de las vías de comunicación que se iban a crear. Ya tenía firmados varios contratos con los gobiernos de Brasil, Ecuador, Colombia y Perú. Se había hecho multimillonario gracias al petróleo y al tráfico de drogas, no tenía ningún escrúpulo.
Pero todo esto daba igual al resto del mundo, ya que hacia la opinión pública era un benefactor llevando electricidad, comunicaciones, etc… a todo Perú. Así creaba sus vías ocultas de tráfico de drogas, de armas, prostitutas... Era temido y el peso que tenía en los gobiernos era importante. Todo el mundo sabía que era él quien movía los hilos de Perú. Por eso se había firmado el Tratado de Comunicaciones del Amazonas. Y para callar la opinión de la gente el verdadero presidente utilizaba la fuerza que no tenía para decir que no a Don. Montalbán. Se decía que era familiar de la mafia Calabresa, pero nadie lo había podido demostrar. Sus guardaespaldas eran en realidad su séquito de matones.
Él sólo era un simple secretario que por puro azar de la vida había entrado a su servicio cuando “compró” la empresa eléctrica peruana en la que trabajaba. Lo necesitaba porque era muy bueno en números y hasta ese momento siempre se había hecho el ciego ante los negocios. Había sido un egoísta durante esos cinco años que llevaba trabajando para él pero ahora tenía miedo.
***
Sonia seguía discutiendo con los miembros de la ONG. No querían riesgo para ella, no era en realidad una cooperante sino que estaba sólo de vacaciones por así decirlo. Cierto que su ayuda era importante y que iba a ser imprescindible para la próxima llegada de la multitud de niños que esperaban, pero no le podían pedir que arriesgara su vida. En cambio ella pensaba lo contrario, sabía que la necesitaban y su lugar era ese, ahora mismo. Le daba igual lo que dijeran y el riesgo no le importaba, se quería quedar y eso iba a hacer.
Así que tras varios días de discusiones y preparativos Sonia consiguió la aprobación del Comité de Sabios para que siguiera su actividad. Enviaron por mail los datos para que la hicieran miembro oficial de la ONG y se la considerase una cooperante más para el gobierno español. Lo que pensaban que les iba a salvar de un más que posible ataque gracias a disponer de un contrato de Colaboración Humanitaria.
***
Eran las doce de la noche y en la selva reinaba el silencio, no soplaba aire y no había luna, la oscuridad cubría como una masa todos los árboles. Freddy se conocía con los ojos cerrados aquel paraje, se había criado allí. En silencio esperaba la señal, que tardó casi media hora en llegar.
- Hola hermano. –Saludó Freddy al hombre que se aproximaba sigilosamente entre los inmensos árboles.
- Freddy –susurró con un hilo de voz- están muy cerca, pero no son el ejército… estamos en un gran aprieto, nos van a aniquilar.
- No puedes estar hablando en serio, el presidente ha enviado al ejército.
- No, Freddy, estos son mercenarios de verdad, creíamos que eran del Sendero Luminoso pero son peores, vienen con una sola misión aniquilar a todo indígena, da igual edad, sexo,… sólo quieren quitarnos de en medio sin dejar rastro.
- Qué vamos a hacer.
- No lo sé las mujeres y los niños os los vamos a enviar, los hombres vamos a pelear se están refugiando en los antiguos poblados de la selva ¿Te acuerdas hermano? –preguntó con un leve susurro Andy.
- En los árboles sabios.
- Así es, pero…
- ¿Qué sucede? –Freddy temía las palabras de su hermano mayor, siempre había estado allí para protegerle aunque vivieran en diferentes poblados siempre sabían como comunicarse.
- Freddy no te voy a volver a ver, esto es nuestra despedida.
- Te iré a ver.
- ¡No! –levantó la voz para rápidamente volver a bajarla- No nos podemos arriesgar a que te sigan. Espero de corazón que esto pase pero os tenéis que quedar velando en vuestro poblado, estáis fuera de la selva y fuera del peligro. Si necesitamos hombres te enviaré una señal, mientras tanto nadie, ¿me escuchas?, nadie debe venir a buscarnos si no estaremos en peligro.
- Lo prometo –dijo Freddy temblándole la voz.
Se despidieron con un fuerte abrazo y Andy se perdió en la selva. Se quedó sentado una hora más pensando, si no era el ejército, sino que eran mercenarios sólo significaba una cosa, alguien se estaba tomando muchas molestias en exterminar o callar a los indígenas pero ¿por qué?
Continuará...
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