lunes, 27 de diciembre de 2010

La niña, las hadas y la luna


En mi anterior casa, cuando yo era una pequeña niña con muchos sueños y fantasías ya me sentía diferente. En los años 80 con el mundial de naranjito los niños de mi edad ya sólo pensaban en el fútbol y las niñas en sus muñecas, en ser princesas o bailarinas. Yo,… sólo soñaba con la luna. Mi cama estaba justo debajo de la ventana y todas las noches antes de irme a dormir hablaba con ella, a veces le contaba mi día, otras mis ilusiones o mis penas, como si me escuchara, para mí, era mi hada madrina o mi ángel de la guarda. Como se suele decir en la vida, el tiempo lo cura todo y esa niña pequeña creció y perdió esa niña interior.

Pero la vida puede ir recta o hacer un círculo nunca sabemos cual va a ser su recorrido, si habrá baches o si subiremos montañas o si será sencillo el camino. Un día nació mi pequeña hadita Emma y aunque con responsabilidades diferentes volvió a aflorar en mi interior esa pequeña niña que un día fui.

Cual fue mi sorpresa y mi ilusión que un día al ir a darle el beso de buenas noches me acerqué y la oí. Con sus tres añitos estaba hablando con la luna. Me sentí feliz estaba preparada para el mundo de las hadas.

Ese fin de semana nos fuimos a Sesué un pequeño pueblecito del Pirineo aragonés. Allí en el interior de la naturaleza mientras su padre se iba de excursión nosotras paseábamos por los senderos del bosque. Emma miraba a su alrededor con sus ojitos brillantes. Se paraba ante todas las flores, jugaba con las hojas,... hasta que se quedó muy quietecita delante de un inmenso árbol con grandes raíces y lleno de huequecitos diminutos entre ellas. Susurrándome y tirándome de la mano me hizo agacharme.

- ¿Mami las has visto?
- No cariño, yo ya soy mayor y ya no tengo la vista que tienes tú. –Dije de corazón suponiendo que mi pequeña estaba viviendo lo que yo viví en su día.
- Son muy bonitas pero se han escondido. ¿Nos tienes miedo?
- A lo mejor hemos hecho mucho ruido para ellas.

Emma se sentó en el suelo, despacito y cerca del árbol. Yo la imité aunque me quedé un poquito más atrás.

- No tengáis miedo, me llamo Emma, no os voy a hacer daño y mi mamá aunque sea grande tampoco.

No sé si hubo contestación pero de repente unas mariposas de todos los colores revolotearon rodeando a Emma, incluso alguna se posó en mí. Para mí sólo eran mariposas pero para mi pequeña eran fantásticas hadas. Ella las veía así, como yo cuando había tenido su edad. No sé cuánto tiempo estuvimos, allí sentadas. Sólo escuchaba el revoloteo, los pájaros, la brisa golpear las hojas de los diferentes árboles. El tiempo se había parado y mientras yo disfrutaba de la paz, Emma conversaba con sus hadas sin yo escuchar nada.

Al cabo del rato mi pequeña se levantó, la oí despedirse y nos volvimos hacia el pueblo en silencio. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente me dijo:

- Mami, de verdad que no las ves.
- No mi amor, sólo veo preciosas mariposas.
- Entonces, ¿yo también las dejaré de ver?
- No lo sé ni todos los niños las pueden ver ni creo que algún adulto las vea. Perdemos los ojos de la fantasía.

Me miró en silencio y articuló en un ligero susurro ¡Qué pena! Pues yo les he prometido que aunque deje de verlas nunca las voy a olvidar.

No sé si las volvió a ver, no sé si las olvidó, sé que es una parte interior en la que ni puedo ni debo entrar. Pero cuando vamos por el bosque siempre mira al árbol y sonríe, sigue conversando con la luna y para mí lo más importante es que siguen brillándole los ojos de la misma forma que lo hicieron ese día.

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